viernes, 13 de marzo de 2009

La fase superior del culebrón


BUENOS AIRES -- Faltaba un poco de agitación en las mansas aguas de la Selección argentina. Acallado el debate por la incorporación de Oscar Ruggeri al cuerpo técnico y luego de dos triunfos en amistosos, la gestión Maradona parecía no guardar parentesco con su proceder sanguíneo, su afanosa búsqueda de la confrontación.

Hasta que habló Juan Román Riquelme. Habló nada menos que para renunciar, con la lengua afilada de un orador avezado y apuntando a la llaga, el talón de Aquiles del gremio: los códigos. Los futbolistas pueden ser acusados de estupro sin sentir menoscabo, pero no les digan que no cumplen con los códigos porque arde Troya.

Riquelme no fue del todo explícito. Una táctica habitual, pero siempre eficaz, para sugerir que "hay algo más". Que su drástica determinación tiene sobradas razones que, por decoro, por respeto a los códigos, prefiere silenciar.

Hasta donde se sabe, el DT de la Selección osó señalar la merma del rendimiento de Riquelme en algunos partidos. Luego dijo lo que él espera del niño mimado de Boca. Por lo demás, las informaciones coinciden en que Maradona lo llamó por teléfono, en vano, y también consta que lo había incluido en la lista para los próximos partidos de las eliminatorias.

Pues bien, todo esto, según Riquelme, viola los códigos. Un planteo tan pavo expande las interpretaciones retroactivas en busca de cierta lógica. Y se activan las confidencias "de primera mano", de aquellos que conocen la intimidad del plantel y el perfil psicológico de los involucrados en el conflicto.

Tal relevamiento (en el que también hay coincidencias) demostraría, en caso de respetar la verdad, que al lado del fútbol, las arenas de la política y los negocios son juegos de niños, exponentes de la lealtad y la transparencia.

Riquelme, a quien le cuesta caer simpático, no habría tenido una buena acogida entre los muchachos consagrados de la Selección, quienes habrían presionado, más o menos elípticamente, para sacárselo de encima. Según este relato, Maradona, previendo disturbios mayores, les dio el gusto a sus pollos (con Messi a la cabeza).

Las quejas públicas de Diego, entonces, habrían estado fríamente previstas para inducir a Riquelme a dar el portazo.

Hasta ahora, la calesita mediática animada por Maradona nos tenía acostumbrados al desborde pasional, la pelea altisonante de raigambre italiana. Y a los desplantes, claro, todo un estilo del Diez.

Pero esto es un drama shakespeareano. Acá no faltan celos, ni traiciones ni ejecuciones metafóricas. El argumento es mucho más refinado y, según dicen, no todos los guionistas figuran en el programa de mano.

De hecho, se sospecha que la diatriba de Román, tan redonda, tan provocadora y certera, fue inspirada por su representante, Marcos Franchi, antiguo compañero de ruta de Maradona (época en que compartían "los vicios", según la tardía y venenosa revelación del Diez). Antes de que Diego ventilara esta presunción, algunos periodistas ya la habían filtrado en los corrillos.

Acostumbrados a utilizar el término culebrón para designar las sagas insípidas, las dilaciones gratuitas, sepamos reconocer un salto de calidad en esta intriga con todos los matices de una ficción fascinante (y una realidad deprimente).

Y no descartemos que, como sorpresivo colofón (se trata de Maradona), la historia, de aquí a poco, mude abruptamente de género y presenciemos un abrazo tierno y viril de reconciliación. Todo por el bien de Argentina.

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